Una vez traspuesta la inmensa puerta de madera de wengué con unos veteados la mar de bonitos, las nueve superbestias -sin ánimo de ofender- se hallaron bajo un imponente techo catedralicio, en un extremo de una alfombra de perlas, zafiros, esmeraldas y circonitas, empequeñecidos por lisas paredes de ónice negro. Flanqueando la alfombra, un mudo ejército de momias con atuendos reales bastante ajadas y otro de guerreros guakandianos vivos en algo mejor estado fueron testigos del vacilante avance del atónito noneto. Al fondo, MUY al fondo, junto a su hermosa consorte, Tormentosa, los aguardaba la mismísima Panthera Negra, sentada en su regio trono, porque uno, cuando es rey y todo eso, no espera a las visitas de pie en plan plebeyo, hombre, hasta ahí podíamos llegar.
Aquí, es que o encajas una descripción con adjetivos y cosas de esas al principio, o no hay manera luego de meter baza con estos nueve zurumbáticos dándole a la sinhueso. Sus fastidiáis, ea.
-Pedazo casoplón tiene aquí el amigo -silbó Loba Viperina-. Este sí es un partidazo y no vosotros, panda de mindundis.
-Pues el suelo es de tarima flotante -remarcó Karmen el Cazador-. Igual alguien se quedó corto de pasta con tanta alfombra y tanta pared de ónice.
-No, hombre, esto tiene que ser parqué del bueno -se extrañó Jacobo Rosel, agachándose para olisquear el suelo.
-Es tarima, fijo -aseguró Kalibán-. Viene machihembrado y se coloca muy fácil. Y no requiere acuchillarlo ni nada.
-¿Te gusta el bricolaje? -preguntó Juanqui McCoy.
-Me lo explicó el instalador que vino a casa antes de que le arrancara la cabeza.
-Estuvimos pensando poner tarima en la choza, pero a Kalipso le pirran los tacones altos.
-¡Fijaos cómo se arrodillan ante Güendigo, Kameraden! ¡Unglaublich! -señaló Acosador Nocturno a los guerreros que se ñangotaban al paso del afable caníbal gigante de pelambre blanca.
-Güendigo... -dijo Güendigo y alargó la manaza para comerse al guerrero más a tiro, el cual, ante semejante honor, se dejó hacer ante los envidiosos cuchicheos del resto de lanceros guakandianos.
Quince minutos después, llegaron por fin ante el trono. La Panthera, que se había olvidado de ellos, descansaba su mandíbula real en su diestra, en augusta pose rodiniana, mientras con la zurda terminaba de perder un Apalabrados. A su lado, calipigia y cimbreña ella, cual esbelto junco ribereño, se alzaba la diosa keniata de ojos aguamarina, alba y lujuriante melena y curvas sinuosas cual nilóticos meandros.
-¡Ave María! ¡Esa sí es tremenda mamisonga! Fíjense qué flow... -comentó Tigre Blancurrio.
-Quiero teta -aclaró Guay Child.