lunes, 25 de febrero de 2019

Cuentos de "El Eskrull Achispado" (41)

Ante la puerta del colosal Palacio de la Panthera, un guakandiano de guardia dejó de mirar su móvil nada más ver acercarse a los nueve desconocidos y blandió su lanza cibernética, de esas que lanzan rayos pero con el mismo pincho en la punta.
-Hola, joven guerrero -saludó Karmen el Cazador-. Bonita melena de león te has feriado, ¿eh? ¿Es africano o asiático?
-Qué cosas tienes, cómo va a ser asiático, hombre -comentó Jacobo Rosel.
-Aikú, adodi. Foribale!
-Los leones asiáticos no tienen melena, Karmen. Lo sabe cualquier mocoso de primaria -comentó Loba Viperina, que empezaba a recuperarse del asma tras varios chutes de Ventolín.
-Era por entrar en conversación -se defendió Karmen el Cazador-. ¿Hace calor aquí, no? -preguntó abanicándose con las manos los mofletes carmesíes.
-No seamos maleducados, meine Freunde. ¿Alguien habla guakandiano?
-Güendigo...
-Yo hice primero de EOI -dijo la Bestiola.
-¿Y qué dice el chaval este del taparrabos? -preguntó Lobisome.
-Es que no me presenté a los finales -confesó Juanqui McCoy, agachando la cabeza.
-¿Y si le arrancamos la cabeza? -propuso Kalibán.
-Tengo pis -informó Guay Child, apretando las rodillas.
El soldado guakandiano, que empezaba a estar un poco hasta las pelotas, puso el traductor de Google de su Nokia Nkobo en altavoz:
-Buenas tardes, Freddy Mercury. ¡Ñangótense!
-¡Haberlo dicho antesito, mi pana! ¡Hagan como yo, no sean soplapotes! -exclamó Tigre Blancurrio, ñangot... esto, arrodillándose.
Bestiola, Karmen, Lobisome, Güendigo, Loba Viperina, Kalibán y Acosador Nocturno lo imitaron. Al agacharse, Guay Child se lo hizo encima. El guakandiano, satisfecho, los dejó entrar en palacio con una sonrisa de oreja a oreja: faltaban cinco minutos para el cambio de turno.

domingo, 24 de febrero de 2019

Cuentos de "El Eskrull Achispado" (40)

Guakanda, como ser, pues es bonito, para qué nos vamos a engañar. Un pequeño país rodeado de montañas y selva por todas partes, como Andorra pero sin quesos, siempre tiene su aquel. Ante los ojos atónitos del viajero se ofrecen inopinadas maravillas naturales como el Valle de las Sierpes, plagado de dinosaurios despreocupados por su línea; el Abismo de la Niebla Fresquecilla, donde le toca a uno ponerse una rebequita; la Cascada del Guerrero, donde la Panthera Negra y Kiliminoguer se la... o sea, se cascaban; la Jungla Tecno, a cuya entrada unos simpáticos nativos le ofrecen al turista  cascos aislantes de primera a precio de ganga; o el Altar de Resucitación, muy útil por si ante tanta belleza a ese mismo turista le da un jamacuco de Stendhal o las maravillas naturales esas se la refanfinflan pero le peta la patata. Y el Monte de Vibrantonio, al cual los guakandeses acostumbran acudir los fines de semana de pícnic para recargar sus móviles gratis y mutar un poco sus genes ya de paso.
Y qué decir de la capital del país: Barni Zada, la Ciudad Doradita para unos y Churruscadita para otros, porque allí se asan hasta las piedras.
Súmesele a eso un abigarrado repertorio de tribus nativas que hablan yoruba, cosa que siempre viste mucho, y rinden culto a alegres deidades autóctonas dispuestas a sacrificarlo a uno en un pispás: el Culto de la Panthera, el de Copito de Nieve, el de Leoncio y el del Cucudrulu.
Con estas pinceladas de exótico sabor local, nuestro entregado lector ya puede hacerse a la idea de dónde se estaban metiendo los pasajeros del Kinjet. Y es que con nueve personajes tirando a peludos que según convenio tienen derecho a una frase cada trescientas palabras para integrarse en la trama, a ver quién es el guapo que calza una descripción como Dios manda entremedias de tanto diálogo. Que uno es omnipotente pero no tanto.

sábado, 23 de febrero de 2019

Cuentos de "El Eskrull Achispado" (39)

-Para mí que era por aquí -dijo el Lobisome.
-Eso mismo has dicho hace tres horas agfs... y aquí estamos dando más vueltas que un agfs... tonto, Jacobo, hijo -le echó en cara Loba Viperina, cuyo asma impedía a su sinhueso soltarse las papilas gustativas en condiciones.
-Que no, que no. Que esta vez va en serio -aseguró Jacobo Rosel, cuyo hirsutismo le permitía mentir la mar de bien sin que se le viera el colorete en las mejillas.
-Por este tamarindo ya hemos pasado -dijo Karmen el Cazador.
-¿Cómo lo sabes?
-Huele a pis de Güendigo.
-Güendigo... -dijo Güendigo mirando hacia el encharcado suelo fangoso.
-¡Güendigo pito! ¡Güendigo caca! -exclamó Guay Child, encaramándose acto seguido al tamarindo para comerse unos frutos.
-¡Apéese chamaco y no forme revolú o le daremos una catimba por sajorí! -exclamó Tigre Blancurrio.
Guay Child se lo quedó mirando desde lo alto del tamarindo con cara de Guay Child.
-¡Que bajes o te arrancamos la cabeza! -le aclaró amablemente Kalibán, siempre dispuesto a ayudar.
-¡Si es un crío, Kalibán, gott im Himmel! Un poco más de tacto, hombre -terció Acosador Nocturno.
-¡Si bajas ahora mismo igual no te arrancamos la cabeza!
-Eso está mejor -aprobó Acosador Nocturno.
-Cuando me canse de arrancar cabezas igual me dedico a la docencia.
-Sabia decisión, si me lo permites -contemporizó Acosador Nocturno, quien desde bien pequeñito tenía en gran aprecio su azulada cabeza de orejotas puntiagudas.
-¡Es por aquí! ¡Seguidme! -les llegó el grito de la Bestiola a través de la espesura.
Karmen el Cazador, el Lobisome, Güendigo, Loba Viperina, Kalibán, Acosador Nocturno y Tigre Blancurrio se adentraron en la susodicha espesura llena de zarzas, reluctantes. A repelo, vamos. Guay Child, al verse solo, no tardó en bajar del tamarindo con la boca llena de ídem.
-No sé yo... -murmuró Acosador Nocturno.
-Si se sacó afgs... el carné a la agfs... cuarta.
-Mis sentidos son más agudos que los suyos -se ufanó Jacobo Rosel.
-De ilusión también se vive -dejó caer por lo bajini Karmen el Cazador.
-¿Qué? -preguntó el Lobisome.
-¿Yo? No, nada. Igual es que no me has oído bien.
Llegados al claro, descubrieron a Juanqui McCoy, cuyo índice apuntaba con orgullosa certidumbre hacia su destino:

A GUAKANDA
TO´TIESO 2 KM

Guay Child se quedó mirando el dedo de la Bestiola, por lo demás de impecable manicura.

sábado, 16 de febrero de 2019

Cuentos de "El Eskrull Achispado" (38)

Con un estrépito que puso en fuga a una manada de chillones cercopitecos y les llevó el desayuno a la cama a ciento diecisiete leopardos soñolientos, el Kinjet llevó a cabo un aterrizaje de emergencia, poniendo a los nueve pasajeros perdidos de zumo de guanábana, que el Tigre Blancurrio había rebajado con nueve décimas partes de ron para quitarle ese saborcillo agridulce.
-¡Wepa! ¿Qué pasó, mi pana? -preguntó Tigre Blancurrio.
-¡BAMF! ¡AYAYAYAYAY! -bamfeó Acosador Nocturno, evitando mancharse con su cóctel y volviendo a materializarse sobre los vidrios rotos de la copa de Karmen el Cazador.
-¡PICAPICAPICAPICA! -chilló Guay Child, que se había bebido su copa de golpe con el último tumbo.
-¡Estate quieto, niño bobo! -lo reprendió Loba Viperina-. Y tú, paliducho, aparta la cebolleta de mi cuerpo serrano y dame las gracias: ya tienes combustible para gayolas para este lustro.
-Güendigo... -dijo Güendigo, retirándose con las manazas en la entrepierna.
-¿Quién osa atacarnos? -preguntó Karmen el Cazador, empuñando una lanza bantú de las de marca.
-¡Les voy a arrancar la cabeza! -aseguró Kalibán, erre que erre.
-¡Tremendo jangover el de mi corillo! No busquen rebuliar con nosotros. ¿Están pajuatos? -dijo Tigre Blancurrio por si había alguno que lo entendiera.
-¿Qué ha ocurrido, Bestiola? -quiso saber Jacobo Rosel, acercándose de un brinco a un sudoroso Juanqui McCoy aferrado a los mandos de la nave-. ¿Algún enemigo de la Panthera? ¿El Simihombre? ¿Kiliminoguer? ¿Venommcio? ¿El Barón Macabrón?
-Me saqué el carné a la cuarta -confesó la Bestiola, secándose el sudor de la frente.

Tigre Blancurrio, Karmen el Cazador, Kalibán, Guay Child, Jacobo Rosel, Güendigo, Loba Viperina, Acosador Nocturno y la Bestiola bajaron del Kinjet, no necesariamente en ese orden, que tampoco hay que ponerse tan quisquillosos con naderías, hombre. De inmediato la espesura de la lujuriante jungla tendió su verdeante manto húmedo sobre ellos y a Loba Viperina le entró un amago de asma.
Todos guardaron silencio, solo roto por el exótico canto de aves selváticas y un jadeo asmático algo más prosaico, adentrándose en el laberinto verde. Conocían bien lo que la jungla puede hacerle a un hombre. La selva te acoge sin más entre sus sombreados vericuetos, te acepta como eres. No te juzga. Después, pisada a pisada, sucumbes al instinto primitivo, al impulso poderoso que nace en tus tripas y te encuentras a ti mismo por fin, perdiendo tu camino para siempre sin ser consciente de ello. Olvidas cuál era tu propósito anterior, porque has vuelto a casa y deambulas sin prisa entre la fronda marcando tu territorio en cada árbol, al encuentro de jugosas frutas colgantes, palpitantes bestezuelas rastreras, simpáticos caníbales ahítos y achispadas negras culonas.