Mientras tanto, que ya es decir, Toño Starsky, el Hombre de Lata, sobrevolaba el océano Atlántico, por poner uno bien gordo, en pos de su objetivo, un hombre entregado a una misión, al que ni las procelosas aguas, ni el exceso de comas, le harían desistir de su empeño. Desde su despacho-picadero en Industrias Starsky, su ardiente secretaria Pepi Potes no hacía sino mandarle mensajes de voz picantorros; mas Toño era un hombre que siempre había sabido establecer un orden de prioridades, mal que le pesara a su escroto, y lo que tenía entre manos era mucho más importante que un revolcón a tiro fijo.
Suspirando, el Hombre de Lata metió la quinta y los repulsores de sus talones asustaron primero e incineraron después a una alegre bandada de grullas trompeteras que eligió justo ese instante para extinguirse sobre los plácidos cielos de Wisconsin.
Al poco le entró una llamada en espera.
-¿Aló?
-La mía es más dura que la tuya -se jactó desde el otro lado de la línea Jaime Rodas, Máquina Guarra.
-Cría cuervos y te sacarán los ojos -le echó en cara el Sr. Starsky-. Te regalo una armadura bien chula y así es como me lo agradeces, Jaime, maño.
-Confiesa que tienes miedo de enfrentarte conmigo, Toñete.
El Hombre de Lata apretó los dientes y frunció el ceño, pero con eso de que llevaba el casco puesto, pues como que no se le notó mucho. No estaba acostumbrado a evitar las provocaciones. Y menos por parte de un subordinado. Pero debía tragarse su orgullo por esta vez. "Todo sea por la misión", se dijo.
-Pa´ ti la perra gorda -respondió, colgando acto seguido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario