Entonces una voz cavernosa retumbó del otro lado de la ventana:
-Nada temas, Andresico, hijo, pues has resultado agraciado por Galaktus y en
adelante serás su heraldo.
-¿Y ese Galaktus quién es?
-Huy qué gracioso -atronó la vozarrona-. Pues yo, claro. ¿Que no se nota?
-Ah. ¿Y eso tiene algo que ver con mi escroto?
-Es para que no caigas en la desesperación instintiva propia de seres
inferiores dominados por sus pelotas y no te me distraigas cada dos por tres
mientras me buscas planetas bien sabrosos.
-¿Y por dónde meo?
-Ya no lo necesitas. He transmutado tu cuerpo en un sistema cerrado perfecto
que no produce residuos.
-¿O sea que...? -preguntó Andrés mientras se giraba para intentar verse las
nalgas (podía haber usado el dedo, pero Andrés era más bien cortico y eso no
hay transmutación que lo apañe).
-Ajá. Ni caca, ni pedo, ni culo, ni pis.
-¿Mocarros?
-Nope.
-¿Pelotillas ombligueras?
-Nones.
-¿Dónde hay que firmar?
-Aquí mismo. En adelante te conocerán como Estela Bronceada.
-¿No podría ser plateada?
-Sorry, es que ya está pillao.
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