sábado, 16 de febrero de 2019

Cuentos de "El Eskrull Achispado" (38)

Con un estrépito que puso en fuga a una manada de chillones cercopitecos y les llevó el desayuno a la cama a ciento diecisiete leopardos soñolientos, el Kinjet llevó a cabo un aterrizaje de emergencia, poniendo a los nueve pasajeros perdidos de zumo de guanábana, que el Tigre Blancurrio había rebajado con nueve décimas partes de ron para quitarle ese saborcillo agridulce.
-¡Wepa! ¿Qué pasó, mi pana? -preguntó Tigre Blancurrio.
-¡BAMF! ¡AYAYAYAYAY! -bamfeó Acosador Nocturno, evitando mancharse con su cóctel y volviendo a materializarse sobre los vidrios rotos de la copa de Karmen el Cazador.
-¡PICAPICAPICAPICA! -chilló Guay Child, que se había bebido su copa de golpe con el último tumbo.
-¡Estate quieto, niño bobo! -lo reprendió Loba Viperina-. Y tú, paliducho, aparta la cebolleta de mi cuerpo serrano y dame las gracias: ya tienes combustible para gayolas para este lustro.
-Güendigo... -dijo Güendigo, retirándose con las manazas en la entrepierna.
-¿Quién osa atacarnos? -preguntó Karmen el Cazador, empuñando una lanza bantú de las de marca.
-¡Les voy a arrancar la cabeza! -aseguró Kalibán, erre que erre.
-¡Tremendo jangover el de mi corillo! No busquen rebuliar con nosotros. ¿Están pajuatos? -dijo Tigre Blancurrio por si había alguno que lo entendiera.
-¿Qué ha ocurrido, Bestiola? -quiso saber Jacobo Rosel, acercándose de un brinco a un sudoroso Juanqui McCoy aferrado a los mandos de la nave-. ¿Algún enemigo de la Panthera? ¿El Simihombre? ¿Kiliminoguer? ¿Venommcio? ¿El Barón Macabrón?
-Me saqué el carné a la cuarta -confesó la Bestiola, secándose el sudor de la frente.

Tigre Blancurrio, Karmen el Cazador, Kalibán, Guay Child, Jacobo Rosel, Güendigo, Loba Viperina, Acosador Nocturno y la Bestiola bajaron del Kinjet, no necesariamente en ese orden, que tampoco hay que ponerse tan quisquillosos con naderías, hombre. De inmediato la espesura de la lujuriante jungla tendió su verdeante manto húmedo sobre ellos y a Loba Viperina le entró un amago de asma.
Todos guardaron silencio, solo roto por el exótico canto de aves selváticas y un jadeo asmático algo más prosaico, adentrándose en el laberinto verde. Conocían bien lo que la jungla puede hacerle a un hombre. La selva te acoge sin más entre sus sombreados vericuetos, te acepta como eres. No te juzga. Después, pisada a pisada, sucumbes al instinto primitivo, al impulso poderoso que nace en tus tripas y te encuentras a ti mismo por fin, perdiendo tu camino para siempre sin ser consciente de ello. Olvidas cuál era tu propósito anterior, porque has vuelto a casa y deambulas sin prisa entre la fronda marcando tu territorio en cada árbol, al encuentro de jugosas frutas colgantes, palpitantes bestezuelas rastreras, simpáticos caníbales ahítos y achispadas negras culonas.

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