domingo, 24 de febrero de 2019

Cuentos de "El Eskrull Achispado" (40)

Guakanda, como ser, pues es bonito, para qué nos vamos a engañar. Un pequeño país rodeado de montañas y selva por todas partes, como Andorra pero sin quesos, siempre tiene su aquel. Ante los ojos atónitos del viajero se ofrecen inopinadas maravillas naturales como el Valle de las Sierpes, plagado de dinosaurios despreocupados por su línea; el Abismo de la Niebla Fresquecilla, donde le toca a uno ponerse una rebequita; la Cascada del Guerrero, donde la Panthera Negra y Kiliminoguer se la... o sea, se cascaban; la Jungla Tecno, a cuya entrada unos simpáticos nativos le ofrecen al turista  cascos aislantes de primera a precio de ganga; o el Altar de Resucitación, muy útil por si ante tanta belleza a ese mismo turista le da un jamacuco de Stendhal o las maravillas naturales esas se la refanfinflan pero le peta la patata. Y el Monte de Vibrantonio, al cual los guakandeses acostumbran acudir los fines de semana de pícnic para recargar sus móviles gratis y mutar un poco sus genes ya de paso.
Y qué decir de la capital del país: Barni Zada, la Ciudad Doradita para unos y Churruscadita para otros, porque allí se asan hasta las piedras.
Súmesele a eso un abigarrado repertorio de tribus nativas que hablan yoruba, cosa que siempre viste mucho, y rinden culto a alegres deidades autóctonas dispuestas a sacrificarlo a uno en un pispás: el Culto de la Panthera, el de Copito de Nieve, el de Leoncio y el del Cucudrulu.
Con estas pinceladas de exótico sabor local, nuestro entregado lector ya puede hacerse a la idea de dónde se estaban metiendo los pasajeros del Kinjet. Y es que con nueve personajes tirando a peludos que según convenio tienen derecho a una frase cada trescientas palabras para integrarse en la trama, a ver quién es el guapo que calza una descripción como Dios manda entremedias de tanto diálogo. Que uno es omnipotente pero no tanto.

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