Ante la puerta del colosal Palacio de la Panthera, un guakandiano de guardia dejó de mirar su móvil nada más ver acercarse a los nueve desconocidos y blandió su lanza cibernética, de esas que lanzan rayos pero con el mismo pincho en la punta.
-Hola, joven guerrero -saludó Karmen el Cazador-. Bonita melena de león te has feriado, ¿eh? ¿Es africano o asiático?
-Qué cosas tienes, cómo va a ser asiático, hombre -comentó Jacobo Rosel.
-Aikú, adodi. Foribale!
-Los leones asiáticos no tienen melena, Karmen. Lo sabe cualquier mocoso de primaria -comentó Loba Viperina, que empezaba a recuperarse del asma tras varios chutes de Ventolín.
-Era por entrar en conversación -se defendió Karmen el Cazador-. ¿Hace calor aquí, no? -preguntó abanicándose con las manos los mofletes carmesíes.
-No seamos maleducados, meine Freunde. ¿Alguien habla guakandiano?
-Güendigo...
-Yo hice primero de EOI -dijo la Bestiola.
-¿Y qué dice el chaval este del taparrabos? -preguntó Lobisome.
-Es que no me presenté a los finales -confesó Juanqui McCoy, agachando la cabeza.
-¿Y si le arrancamos la cabeza? -propuso Kalibán.
-Tengo pis -informó Guay Child, apretando las rodillas.
El soldado guakandiano, que empezaba a estar un poco hasta las pelotas, puso el traductor de Google de su Nokia Nkobo en altavoz:
-Buenas tardes, Freddy Mercury. ¡Ñangótense!
-¡Haberlo dicho antesito, mi pana! ¡Hagan como yo, no sean soplapotes! -exclamó Tigre Blancurrio, ñangot... esto, arrodillándose.
Bestiola, Karmen, Lobisome, Güendigo, Loba Viperina, Kalibán y Acosador Nocturno lo imitaron. Al agacharse, Guay Child se lo hizo encima. El guakandiano, satisfecho, los dejó entrar en palacio con una sonrisa de oreja a oreja: faltaban cinco minutos para el cambio de turno.
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