Sobre “El vuelo del oricú”
Soy un
escritor inconstante. Antojadizo, si se quiere. Pueden pasar meses o años desde
que termino un proyecto hasta que me lanzo a otro. Para mí escribir, sobre todo
si se trata de algo extenso, requiere un cierto estado mental y de ánimo en el
que no me encuentro a menudo. Eso y la arrulladora sensación de tener “tiempo
por delante”. No escribo todos los días. Ni todos los meses. Intento hacerlo
alguna que otra vez al año. Lo primero son las judías. Lo segundo, descansar y
pasarlo bien. Escribir no llega ni al bronce en mi hit parade de actividades, me temo.
Es
decir, no me lío la manta a la cabeza a menudo. Pero cuando lo hago me entrego
como un amante infiel. Con “El vuelo del oricú” me entregué.
Fueron
cincuenta mañanas, tardes y a menudo noches dejándome las pestañas ante el
monitor, sin apenas días "improductivos", que yo recuerde. Media
docena o así de tramas y cerca de 64000 palabras.
Pero la
novela no me dio el sí de inmediato. Era tímida. Antes tuve que pasar años
camelándome a sus familiares: relatos cortos y largos, poemas e incluso un
texto en inglés que escribí en la
Escuela de Idiomas. Cuando tuvimos la suficiente confianza y
ellos supieron que no los abandonaría, que formarían parte de la novela, el
oricú se decidió a alzar el vuelo.
Escribí
este libro para divertirme, no para complacer a nadie. Aunque espero que a ti
te guste. Y que tú seáis muchos.
Por lo
general, suelo aguardar hasta tener tres o cuatro plantones en mi huerto de
ideas antes de ponerme a escribir. Los cuatro palos para el sombrajo.
Esta
vez, no obstante, fue distinto. Vendí los tomates primero sin haber plantado
una semilla. Me puse el disfraz de aventurero –vagabundo suena menos chic– y me
fui bailando con Matilda sin preocuparme de lo que vendría después. Las ideas
fueron surgiendo a medida que escribía, pero desde el principio supe que mis
dedos se adelantaban a ellas. Cada vez que llegaba a un punto ciego (o muerto,
flaco, escuálido o tiñoso), me decía: “Ya veré”. Y seguía escribiendo.
Esa
sensación incómoda mas excitante de no saber hacia dónde me dirigía me acompañó
de principio a fin como nunca antes. Por momentos llegué a sentirme más como
lector de mi propia novela que como su autor. Cuando salga en papel por fin,
creo que tendré que firmarme un autógrafo.
Quizá
por eso mi oricú nació extraño, oscuro, multiforme, proteico. Las diversas
tramas, en forma de capítulos cortos, se fueron apuntalando unas a otras como
buenamente pudieron. Y contra todo pronóstico, el sombrajo ha resistido hasta ahora.
Ven conmigo a cobijo. Hoy el sol pega fuerte en
Anwara.
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