viernes, 31 de agosto de 2018

"El vuelo del oricú" a la venta en LEKTU


Sobre “El vuelo del oricú”

Soy un escritor inconstante. Antojadizo, si se quiere. Pueden pasar meses o años desde que termino un proyecto hasta que me lanzo a otro. Para mí escribir, sobre todo si se trata de algo extenso, requiere un cierto estado mental y de ánimo en el que no me encuentro a menudo. Eso y la arrulladora sensación de tener “tiempo por delante”. No escribo todos los días. Ni todos los meses. Intento hacerlo alguna que otra vez al año. Lo primero son las judías. Lo segundo, descansar y pasarlo bien. Escribir no llega ni al bronce en mi hit parade de actividades, me temo.
Es decir, no me lío la manta a la cabeza a menudo. Pero cuando lo hago me entrego como un amante infiel. Con “El vuelo del oricú” me entregué.
Fueron cincuenta mañanas, tardes y a menudo noches dejándome las pestañas ante el monitor, sin apenas días "improductivos", que yo recuerde. Media docena o así de tramas y cerca de 64000 palabras.
Pero la novela no me dio el sí de inmediato. Era tímida. Antes tuve que pasar años camelándome a sus familiares: relatos cortos y largos, poemas e incluso un texto en inglés que escribí en la Escuela de Idiomas. Cuando tuvimos la suficiente confianza y ellos supieron que no los abandonaría, que formarían parte de la novela, el oricú se decidió a alzar el vuelo.
Escribí este libro para divertirme, no para complacer a nadie. Aunque espero que a ti te guste. Y que tú seáis muchos.
Por lo general, suelo aguardar hasta tener tres o cuatro plantones en mi huerto de ideas antes de ponerme a escribir. Los cuatro palos para el sombrajo.
Esta vez, no obstante, fue distinto. Vendí los tomates primero sin haber plantado una semilla. Me puse el disfraz de aventurero –vagabundo suena menos chic– y me fui bailando con Matilda sin preocuparme de lo que vendría después. Las ideas fueron surgiendo a medida que escribía, pero desde el principio supe que mis dedos se adelantaban a ellas. Cada vez que llegaba a un punto ciego (o muerto, flaco, escuálido o tiñoso), me decía: “Ya veré”. Y seguía escribiendo.
Esa sensación incómoda mas excitante de no saber hacia dónde me dirigía me acompañó de principio a fin como nunca antes. Por momentos llegué a sentirme más como lector de mi propia novela que como su autor. Cuando salga en papel por fin, creo que tendré que firmarme un autógrafo.
Quizá por eso mi oricú nació extraño, oscuro, multiforme, proteico. Las diversas tramas, en forma de capítulos cortos, se fueron apuntalando unas a otras como buenamente pudieron. Y contra todo pronóstico, el sombrajo ha resistido hasta ahora.
Ven conmigo a cobijo. Hoy el sol pega fuerte en Anwara.

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